1.2.12

La tumba


Una flor seca se mecía
mansamente en el hueco de cristal
de un florero por el agua olvidado,
ni siquiera mojado
por la lágrima salada de un ojal.
Mil granos de roja arena
cubrían el mármol de su mal
agrietado por la sequedad del viento
cual la carne cubierta por la sal.
El bronce otrora bruñido
resignaba  su estirpe señorial
y la foto de la  eterna vida
su sonrisa,  yerma soledad.
Y yo allí, silencioso cuervo
inundado de silencio sepulcral
agradecido de no estar olvidado,
y de ser tan sólo un deudo del azar.

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