12.1.12

Púber


Luego de salir de la ducha, Leonela dejó caer a un lado el toallón que la cubría.
Se contempló frente al espejo  de soslayo, y con el rabillo del ojo observó la muñeca de trapo que le sonreía sentada entre los almohadones de su cama.
Casi sin dudar, y con la imagen que le había devuelto el espejo fija como un cuadro en la mente, tomó la muñeca y la arrojó dentro del placard. Un hilo rojo y tibio se abría camino entre sus piernas.
Ese día, para ir a la escuela, se pintó los ojos y los labios.

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